domingo, 27 de noviembre de 2011

Boletus erythropus - Foto: Carlos Venade

El Otoño está de regreso, la tierra preñada aguardando la lluvia que tanto tarda, los ojos ansiosos escudriñando el horizonte en busca de una nube que presagie la llegada de tan deseado líquido, que hará con que los frutos subterráneos se tornen finalmente visibles. La máquina fotográfica a punto, el alma vibrante, el cesto de mimbre esperando en el desván, todos aguardando el momento en el que el bosque se abre en una mañana, probablemente con neblina donde se esfuman los troncos yertos, pingando gotas de rocío como si fuesen de cristal, un rayo de sol que entra oblicuamente y se alarga como un hilo de oro iluminando las hojas de los robles, de los castaños, de las hayas y de los abedules en un último estertor de color; colores vibrantes en una paleta policromática como sólo el otoño sabe componer. Y el silencio… el silencio de los bosques enmudecidos, el silencio que entra por los poros y se transforma en música en la inmensa sala de la emoción.

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